Sin duda alguna, esta experiencia a la que hemos sido invitados, después de dos años de pandemia y cero comunicaciones entre pares a viva voz, nos ha dejado una marca imborrable como especie.
Aprendimos a construir nuevos mundos sobre el mundo, para entender quiénes éramos, dónde estábamos y a dónde queríamos ir. Con todos los lenguajes que se han tenido a la mano se construyó el tiempo y los seres humanos lograron liberarse de la esclavitud del presente, del encierro y la abrumadora sensación que produce algo etéreo. Con la escritura, que puede dejar huella de lo que las generaciones han vivido, se logra perpetuar la memoria de los niños, de cada ser humano sobreviviente de las ciudades y la cosmovisión de los pueblos, de las comunidades, de las familias.
En paredes, lienzos y papeles se pudieron fijar las imágenes de lo que fue y ya no existe. Se aprendió a escribir la música para que no se diluyera para siempre en el aire. Y luego de las piedras, los pergaminos y los papiros, la imprenta y los hombres y mujeres de ideas nos dan sus libros y nos permiten conversar con los muertos y con los ausentes, podemos escuchar grabaciones de músicos que fallecieron, ver fotografías de protagonistas olvidados de aventuras y batallas, recorrer calles de ciudades en películas que fijaron el movimiento de las cosas. Pero todos estos lenguajes y formas de atesorar nuestros pensamientos también se proyectan al futuro organizando deseos, expectativas, visiones de lo que aún no existe, y somos capaces de fabricarlo en lenguajes menos efímeros para que tal vez un día se materialice una nueva sociedad, más consciente, humana, sensible y entregada al servicio a la vida a esta nueva realidad.
Tal vez nunca terminemos de leer todos los tratados que intentan describir o explicar lo que significa “ser humano”. Durante los últimos tres milenios se ha buscado penetrar en ese misterio que representa la conciencia, la capacidad de pensarse y de pensar sobre los fenómenos de la naturaleza de la especie: su origen, su destino, sus grandes conflictos, su comportamiento, sus relaciones con los demás seres vivos... La importancia de redimensionar los desechos y crear piezas de arte para transformar cosmovisiones Para ello se ha recurrido a los relatos míticos, al teatro, a las artes plásticas, a la filosofía, a las ciencias naturales, la escritura, la música y a la educación ambiental, humana.
La puesta en escena del Liceo para este festival está enfocada en la educación por y para la preservación del medio ambiente, pensada en el niño como heredero del mundo, en un ser sensible capaz de expresar sus más fantásticos ideales en piezas elaboradas 100% con material reciclable, entablando un diálogo directo con el espectador, con el mundo del consumo y la transformación social.
Los lenguajes corporales y musicales son la cereza de este pastel académico, cierran un ciclo de procesos expresivos que nos invitan a reconciliarnos con la naturaleza, con su cuerpo y la relación de los niños y niñas con su cotidiano, a soñar en un futuro prominente. Este proceso, sin duda alguna ha sido una experiencia enriquecedora para toda la comunidad educativa, que desde su origen se enfoca en la investigación, para crear, descubrir y comunicar la visión del mundo que queremos construir.
NATALY E. SAENZ FONSECA
Licenciada en Educación Artística
Universidad Distrital Francisco José de Caldas
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